ÍDOLOS Y PROCARIOTAS / EXHIBITION / 2024@Museo de la Sangre

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ÍDOLOS y PROCARIOTAS

Museo de la Sangre

Curaduría: Elena Azzedin
Colaboran: Queco Pérez y Pati Valcárcel
Agradecimiento especial a Carlos Valcárcel

“Cada partícula de polvo lleva en ella una visión singular de la materia, del movimiento, de la colectividad, de la interacción, del afecto, de la diferenciación, de la composición y de la oscuridad infinita”
— Reza Negarestani,

Inspirado en el lenguaje simbólico de la alquimia, Selu Herraiz nos invita a un universo que comprende el pensamiento mágico, la psicología, la biología y la ecosofía crítica contemporánea. No es de extrañar que pueda apelar a todos estos campos, pues ya la alquimia nace como una forma de conocer el mundo desde diversas esferas. Considerada una práctica protocientífica y una disciplina filosófica combinaba aspectos de la química, la botánica, el misticismo o el arte.

Recogiendo la idea de la transformación física como proceso de evolución en un camino hacia la perfección, los estados de la materia actúan de metáforas que podemos aplicar tanto a la psicología humana, a los caminos espirituales o la búsqueda de formas más armónicas de coexistencia social e interespecie.

En los escenarios que el artista ha construido impera lo híbrido en un constante devenir simbiótico entre lo microbiológico, lo animal, lo humano, lo tecnológico y lo teológico. Herraiz incide aquí en las relaciones de interdependencia de todos los seres sin distinción entre géneros, entre naturaleza y cultura, lo espiritual y lo terrenal.

El concepto de simbiosis “es el lugar donde puede darse el encuentro entre la ecología, la política y la ontología. La ecología porque trata el vínculo entre las especies, la política porque muestra cómo este espacio interespecífico está atravesado por el conflicto y el poder –aunque también por la solidaridad– y, finalmente, la ontología porque pone en cuestión ciertas categorías metafísicas fundamentales como lo individual y lo colectivo, la parte y el todo, lo uno y lo múltiple.

En la obra combina tierras, pigmentos naturales al agua, fragmentos de papel de oficina, rotulador y aerógrafo, intercalando lo natural con técnicas industriales para enfatizar –con su materialidad– las formas de vida que transitamos. El artista construye una cosmogonía en la que hayamos elementos como el fuego y la tierra; estados de la materia como lo líquido y lo gaseoso

Las dualidades entre lo mental y lo emocional, entre lo masculino y lo femenino se manifiestan como sólo aparentes y nos muestran un ecosistema que se penetra, se devora, se gesta y se idolatra.
Podemos encontrar figuras del inconsciente, procesos de sublimación y condensación de la materia, la presencia del tiempo no lineal, el ruido, las expectativas y el fracaso. Pero siempre todo en su expresión cíclica e interconectada, en donde las raíces nos dan alas o la muerte es el compost sobre el que se fundamenta la vida que vuelve a gestarse en cada oportunidad. Los estados alterados de la conciencia a veces descubren el velo que nos impide ver estas conexiones.

Aparecen de forma reiterada lo que Selu llama “alambiques o “purificadores” como dispositivos que favorecen la transformación, ribosomas que nos recuerdan que la vida se abre paso a cada instante, deidades que se manifiestan en formas animales devolviéndoles el poder de sus cualidades innatas, la vista aguda, su capacidad de volar o la sabiduría de aquellos que no se irguieron para no perder el contacto con la tierra.

Estas deidades imaginarias y sus interconexiones traen la idea de que lo que sucede en la materia sucede en tí. Somos parte de procesos que a su vez nos habitan y nos conforman: Proyectamos en ídolos externos el misterio de la vida que se expresa en una célula.

– Elena Azzedin


LAS CARTOGRAFÍAS SIMBÓLICAS DE SELU HERRÁIZ

Pedro A. Cruz Sánchez Director del Museo Cristo de la Sangre

Las obras de Selu Herráiz configuran una cartografía simbólica, a través de la cual se intenta suturar el desgarro que ha separado al ser humano de la naturaleza. Superado el Neolítico, el ser humano desarrolló sistemas agrarios que le condujeron a vivir en casas permanentes. El nuevo sedentarismo transformó radicalmente nuestra forma de mirar a la naturaleza y al animal no-humano en general. Como indica Giovanni Aloi, “comenzamos a mirar la naturaleza a través del marco de la ventana (...)
Mudarnos dentro de la casa significó que comenzáramos a concebir la naturaleza como aquello que está fuera y más allá del poblado en lugar de como algo de lo cual somos una parte inextricable” . A partir de esta crucial cesura, el concepto de “casa” ha adquirido el sentido de una fábrica, una construcción “para defendernos de todo lo que consideramos lo Otro, lo desconocido” . La identificación metonímica de la casa a través del “marco de la ventana” conlleva inevitables connotaciones artísticas que se remontan al Renacimiento, cuando la pintura fue significada como una ventana a la realidad. El marco desde el que el artista contempla la realidad conlleva, en consecuencia, una restricción de su ámbito experiencial y cognitivo: lo que encuadra la ventana es una exclusión -la del animal no-humano y, por extensión, de la naturaleza. La casa-arte se ha articulado, de este modo, a lo largo de la historia, como uno de los fundamentos de esa “máquina antropológica” de la que hablaba Agamben, por medio de la cual se pone en juego la producción de lo humano como el resultado de la oposición hombre/animal. Esta división entre el animal y el hombre se revela como una “operación metafísico-política fundamental” que permea ya no solo la teología, sino también la política, la ética y la jurisprudencia.

Atendiendo a esta separación, los dibujos e ilustraciones de Selu Herráiz redefinen el arte como una “ventana” que ya no excluye, sino que integra las diferentes partes del universo compartimentadas por el efecto civilizador. La “casa-arte” se convierte, de este modo, en el lugar desde el que ofrecer una visión holística de la vida, en la que lo celular y la tecnología se encuentran conectadas por un idéntico y sincronizado pálpito. En un momento en que el planeta se enfrenta a dramáticos desafíos medioambientales, y en el que nuestra forma de vida conocida se encuentra en riesgo de desaparecer, las “cartografías simbólicas” de Selu Herráiz procuran una alternativa ética desde la que reconectarnos a la naturaleza. Recuerda Agamben, en este sentido, que las potencias históricas tradicionales -poesía, religión, filosofía- han sido transformadas en espectáculos culturales y en experiencias privadas, de suerte que han perdido toda eficacia histórica. Frente a este eclipse -asevera-, “la única tarea que todavía parece conservar alguna seriedad es el tomar a cargo y realizar la ‘gestión integral’ de la vida biológica”. Este cuidado de lo biológico es precisamente la propuesta discursiva que Selu Herraíz desarrolla en Ídolos y procariotas. Los constructos culturales y la vida biológica más elemental son reintegrados dentro de un mismo mapa de significación, en el que todos aquellos elementos que la subjetividad humana había convertido en antagónicos son reconectados simbólicamente.

El padre de la biología experimental subjetiva, Jacob Von Uexküll, sostuvo que “la doctrina de los mundos de percepción abarca todo el inmenso territorio desde las amebas hasta el hombre, que solo en una mínima parte ha sido explorado hasta ahora. Solo cuando esté totalmente investigado podremos hablar de una real visión de conjunto de la Naturaleza viva”. Pero para que esto suceda, la antropogénesis sobre la que se funda el humanismo ha de ser cuestionada y concederle a la naturaleza -y, por inclusión, a todos sus habitantes- la existencia de un alma, transformada en motor de todo lo vivo. Las “cartografías simbólicas” de Selu Herráiz convierten, de
esta manera, la interpenetración de todo lo vivo en un conjunto de “conexiones ontológicas” -de ser a ser-, que, en rigor, funcionan como la nueva ventana desde la que gestionar el necesario “cuidado de lo biológico”.

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